Columna de Astronomía | La importancia de las rocas que caen del cielo

El pasado 20 de enero un pequeño asteroide de un metro de diámetro fue descubierto por el astrónomo Krisztián Sárneczky del Observatorio Konkoly en Hungría. El objeto provenía del Cinturón de Asteroides, – según la reconstrucción de su trayectoria -, y fue visto ingresar a la atmósfera terrestre como un brillante bólido el día 21 de enero, surcando los cielos de la ciudad de Múnich, Alemania. Numerosos científicos y coleccionistas privados viajaron al área para tratar de recuperar estas valiosas rocas extraterrestres, realizando una búsqueda que logró dar con varios fragmentos luego de 5 días de su caída. El meteorito corresponde a un tipo muy poco común (1%), las aubritas, – nombre que proviene del primer meteorito de este tipo, caído en 1836 en la localidad de Aubrés en Francia -, que son parte del grupo de las acondritas. Estos meteoritos pueden confundirse fácilmente con rocas terrestres por su aspecto rocoso, ya que no contienen las partículas de metal de hierro y níquel que se encuentran en los meteoritos más comunes (las condritas), y por presentar una corteza de fusión transparente que hace muy difícil su identificación como una roca extraterrestre. Las aubritas generalmente son brechas compuestas por fragmentos de rocas ígneas y de fundidos de impacto. Sus minerales principales son silicatos de magnesio como la enstatita y la forsterita, que apuntan a que la formación del asteroide original del que provino, debió ocurrir en un sector de la nebulosa solar dominado más por hidrógeno (H) que por oxígeno (O), con composiciones de algunas razones isotópicas como la de H y O muy similares a las que se encuentran en el agua de la Tierra (su composición promedio), por lo que su estudio es muy importante para dilucidar la naturaleza de los materiales iniciales que formaron a nuestro planeta. El meteorito ya fue clasificado y sometido al Comité de Nomenclatura de la Meteoritical Society, la entidad internacional que agrupa a los científicos que estudian rocas del espacio, y está a la espera de ser oficializado y nombrado.

Al día de hoy, los meteoritos encontrados en Chile, – y que ya han sido clasificados y nombrados oficialmente –, ya suman más de 3.400. De ellos, solo uno está reportado como una caída observada, el meteorito San Pedro de Quiles (282 g, condrita ordinaria tipo L6), que cayó en 1956 cerca de Coquimbo. Todo el resto fueron encontrados en expediciones tanto de científicos como de coleccionistas privados, muchos años (del orden de miles hasta unos pocos millones) luego de que éstos cayeran a la Tierra. De éstos, la mayoría ha sido encontrado en diferentes superficies del Desierto de Atacama de la región de Antofagasta, ya que a esta latitud se encuentran las mejores condiciones de preservación de superficies muy antiguas y protegidas por millones de años de la humedad proveniente del océano Pacífico por el oeste y del océano Atlántico por el este, por la acción de las cordilleras de la Costa y de los Andes como biombos climáticos, que definen el régimen hiperárido de este territorio. Casi el 97% de estos meteoritos corresponden a condritas, meteoritos que preservan la información de los procesos ocurridos en las primeras etapas de formación del Sistema Solar, que conforman los ladrillos de construcción de planetas. Dentro de ese grupo se encuentran las condritas carbonáceas, que representan el 1,7% en la colección de meteoritos encontrados en Chile, más prístinos que cualquier otro, muy importantes para estudiar los materiales más frágiles, incluida materia orgánica abiótica, para entender como fue la entrega de especies más volátiles como el H y el O a los planetas interiores, así como también de los ingredientes de la vida que pueden haber llegado a través de estos meteoritos. El 3% restante corresponden a meteoritos diferenciados (estuvieron alguna vez fundidos) e incluyen a los meteoritos de hierro (1,6%), las acondritas (1%) y los metálico-rocosos (0,4%), entre estos últimos destacan los meteoritos históricos de Imilac, y Vaca Muerta, una pallasita y un mesosiderito respectivamente, descritos por los científicos Ignacio Domeyko en su libro «Elementos de la Mineralogía» (1845) el primero, y y por Rodulfo Phillipi en el libro «Viaje al Desierto de Atacama» (1860) el segundo.

A diferencia de los meteoritos recogidos inmediatamente luego de su caída, los que han sido encontrados mucho tiempo después tienen la desventaja de presentar procesos de alteración química y/o física por procesos de meteorización y erosión, y hasta colonización por bacterias, archeas o líquenes, razón por la cual los investigadores del Sistema Solar temprano prefieren usar para sus estudios los meteoritos caídos. Dado que en un país como el nuestro, con grandes extensiones de tierra no habitadas, y distribuidas en una angosta faja de tierra, la probabilidad de ver caer meteoritos y efectivamente poderlos recobrar es baja, dado que muchos de los que se observan caer terminan haciéndolo en el mar o en Argentina, es que se requiere tener ojos automatizados para poder ver estas caídas, calcular sus trayectorias e irlos a buscar. Iniciativas en el hemisferio norte como la del instituto SETI de la NASA, Cameras for Allsky Meteor Surveillance (CAMS) project, o la construida en Francia Fireball Recovery and InterPlanetary Observation Network (FRIPON), entre otras, han logrado recuperar meteoritos frescos y además mejorar la estadística de las caídas de meteoroides y sus trayectorias pre entrada a la Tierra, que permite saber de donde provienen.

En Chile en el 2017 se montaron un par de cámaras gracias al apoyo del profesor Leonardo Vanzi de la PUC, una en el observatorio El Sauce en la región de Coquimbo, y otra en el observatorio UC en Santa Martina, Lo Barnechea, en lo que sería la Chilean Allsky Camera Network for Astrogeosciences conocida como CHACANA. El proyecto, a parte de querer recuperar meteoritos frescos, deseaba poder observar la caída de meteoros de baja luminosidad, con lo cual los lentes eren muy sensibles (y caros). No se consiguieron fondos propios para instalar la red, por lo cual el proyecto decidió unirse al esfuerzo de FRIPON para transformarse en una red mundial de cámaras Allsky (que usan un lente tipo ojo de pez que mira al cielo en 180º), mucho más accesibles que las otras de mayor resolución, y útiles para detectar bólidos más brillantes, que son los que pueden dejar un meteorito en tierra. Desde el año 2023 esto se logró, adquiriendo desde el Instituto Milenio de Astrofísica MAS tres cámaras FRIPON, dos de las cuales fueron instaladas en la región de Antofagasta, una en Baquedano y la otra en Calama, y la tercera utilizada para calibrar el software que permite realizar la triangulación entre cámaras para poder calcular la trayectoria. Actualmente varias universidades nacionales y observatorios han adquirido otras cámaras para ampliar la red chilena y poder conectarla a la red mundial, por lo que el proyecto se conoce como FRIPON-CHILE. Dado que las cámaras instaladas en nuestro país interactuarán con las que estén funcionando en Argentina, Perú y Bolivia, creemos que evolucionará a llamarse FRIPON-ANDINO en el futuro. Las cámaras activas con acceso online, de norte a sur, son las del observatorio Paranal (ESO, región Antofagasta), Calama (Colegio Chuquicamata, región Antofagasta), Laguna Santa Rosa (refugio Maricunga, región de Atacama), Tierra Amarilla (Desierto Cósmico, región de Atacama), Inca de Oro (El Pirquén, región de Atacama), observatorio El Sauce (Obstech, región de Coquimbo), observatorio La Silla (telescopio TAROT, región de Coquimbo) y Cerro Calan (U. de Chile, RM), con otras cuatro cámaras instaladas pero aún no disponibles online. En Mendoza, Argentina se instaló también una cámara por lo que se espera que la interacción con las de la región metropolitana en Chile, permitan el hallazgo de meteoritos en esa latitud.

La idea es poder usar la red también como una plataforma para realizar ciencia ciudadana, por lo cual la instalación de las cámaras también incluye escuelas, colegios y juntas de vecinos. La siguiente fase es generar talleres para reconocer meteoritos a fin de que se pueda invitar a la comunidad a la búsqueda de éstos, y enseñar la importancia de las historias que cuentan estas rocas, que debemos proteger y resguardar para las futuras generaciones. En este contexto será muy importante la reunión que tanto científicos como coleccionistas privados chilenos de meteoritos tendrán durante las próximas semanas con diputados, para tratar, una vez más, de legislar la exploración y manejo de colecciones públicas y privadas de meteoritos en Chile. Esperemos que esta vez si se logre su regulación, dado que la mayoría de los meteoritos chilenos aún se encuentran en colecciones extranjeras.

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Millarca Valenzuela

Doctora en ciencias mención Geología de la Universidad de Chile, actualmente es académica del Departamento de Ciencias Geológicas de la Universidad Católica del Norte (UCN) e investigadora del Centro de Excelencia en Astrofísica y Tecnología Afines CATA. Es además la actual presidenta de la Sociedad Geológica de Chile, responsable de la organización del XVI Congreso Geológico Chileno, a efectuarse en Santiago en Noviembre de 2023.